jueves, 13 de diciembre de 2012

La Muerte III



La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negro los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.
-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.
-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!
-No, no tengo miedo.
-¿Y si te matan?
-No tengo miedo.
-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.
La muerte al desaparecer se fue al infierno a ver como trabajaban sus esclavos. Al ver que no hacían nada, se enojó el agarro del cuello y los amenazo.
Luego, volvió al mundo y siguió matando personas mientras se hacía pasar por automovilista.
Una de sus víctimas fue un anciano que era brujo, y podía ver que era la muerte.
Entonces cuando se subió al auto, luego de unos kilómetros se bajó y se salvó la vida.

Camila M.

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